jueves, 8 de septiembre de 2016

la arquitectura con las emociones del cine

En el cine prima el prejuicio de entender la arquitectura como una escenografía decorativa. Como una disposición de elementos, texturas y colores que ambientan el espacio donde se desarrolla la trama narrativa. Se la concibe como un fondo sobre el cual se despliegan las figuras, una retaguardia subordinada al deambular de los intérpretes.
No obstante, existen ciertos realizadores para quienes la a
rquitectura no juega un rol subalterno sino que se asume como disparador protagónico del relato.
Convertida en una usina conceptual, en la herramienta inescindible de su estrategia narrativa, la arquitectura pierde el carácter ornamental para proyectarse como un territorio desde donde edificar una poética. Este giro redunda en beneficio mutuo: dota al lenguaje cinematográfico de un recurso que potencia la capacidad sugestiva del film y restituye a la arquitectura sus atributos expresivos, su aptitud para condensar ideas y emociones. Ya en sus orígenes, el cine buscó tomarle el pulso a la ciudad con un registro documental.

Desde la ciencia ficción, las vanguardias blandieron su crítica contra las utopías urbanas del futurismo. Descreídas del progreso, idearon films donde las profecías derivan en su inverso: una ciudad distópica de matriz totalitaria.

Tributario de la posmodernidad, el film de Scott plasma bajo la pátina de una llovizna gris, una ciudad ecléctica, de majestuosos edificios abandonados, calles cosmopolitas, mercados atestados, ruinas, y basura atravesada por columnas griegas, dragones chinos, pirámides egipcias y anuncios de neón. 





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